martes, 6 de septiembre de 2011

I

Épocas con el sabor de noches pasadas, prófugas del frío poseedor de mi cuerpo, néctar de mi sangre y
plegaria de los árboles marchitos que yacen quietos admiradores del cielo nocturno y de la belleza que no tiene nombre.

"Suave y fragante manto que despierta las delicadezas del corazón menos puro, envuélveme a mí entre las
fibras desgarradoras de la quierud y déjame penetrar en la ambiguedad de las horas sin tiempo y de las noches sin cuna para dormir".

Es este silencio, sinfonía de la vida callada y de las miradas dispersas que no vieron la comprensión de unos
ojos serenos, receptivos del dolor más grande que hay, aquel que nunca se dice, más consume y no deja vivir.
Lentas son las manecillas empolvadas y viejas que mueren un poco más a cada movimiento que dan, que se
obligan a continuar marcando un tiempo, cuando ¡pobres ilusas!  tiempo es lo único que no hay.
Ha muerto, no existe y quizás nunca existió.
Este cuarto es demasiado grande y la existencia demasiado frágil para ser expuesta de forma tan vil; las paredes callan las risas de antaño y susurran nombres que como si fueses formas etéreas, se filtran en
cada resquicio de esta habitación, para quedarse un poco, en lo que llaman eternidad.
Quedan los olores sutiles y aquellos colores sombríos, desgastados por toda una vida llena de amor y dolor
inauditos, presos de una danza nueva y eterna que consume a los cuerpos en un beso y sepulta las ilusiones con lágrimas y traición.. aún se siente la humedad y el dolor de esos rostros, que muestran un poco de mi,
de ti y ¿por qué no decirlo? de nosotros.
Siempre habrá una vida detrás de la palabra que nunca se dice y de ese constante temor a encontrar el
significado de nuestro existir.

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